No es nuestra reputación, es nuestro carácter.
No es nuestro conocimiento, sino nuestra sabiduría.
No es nuestro título, sino nuestro testimonio.
No es nuestra capacidad de “ser jefe” o “delegar”, sino nuestra capacidad de
servir.
No es nuestro deseo de ser pastor, sino nuestro llamado.
La llamada es sobrenatural y debe ejercerse en dependencia del Espíritu Santo.
Como pastores, debemos preocuparnos más por nuestra relación con Dios y menos
por quedar bien frente a la congregación.
Nuestros mensajes exigen que los prediquemos de una manera que honre a nuestro
Dios.
Si la vocación es sobrenatural, también lo es su ejercicio.
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