Cuando los hombres llegaron a Él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? En esa misma hora curó a muchos de enfermedades y aflicciones, y malos espíritus, y a muchos ciegos les dio la vista. Y respondiendo Él, les dijo: Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el evangelio. Y bienaventurado es el que no se escandaliza de mí. Lucas 7: 20-23 LBLA
A través de este pasaje bíblico, el Señor Jesús nos enseña una gran lección.
Cuando alguien te pone a prueba, con preguntas que dudan de quién eres, no tiene sentido querer demostrarlo con palabras.
Desafortunadamente, ella ya está a la defensiva y tiene una opinión formada la mayor parte del tiempo.
Por mucho que tratemos de expresar con palabras quiénes somos, es muy probable que esta persona no lo crea y la duda continúe dentro de su corazón.
Entonces, cuando se le preguntó, si Jesús era el Hijo de Dios, ¡Él no tomó la Biblia para explicar que estaba escrito en el libro de Isaías, Daniel, Malaquías, no!
Él apenas dijo ven a ver qué estoy haciendo.
Y en ese mismo momento sanó, liberó y anunció la salvación.
Mostró con hechos, que de hecho y en verdad era el Hijo de Dios.
Que podamos aprender a través de la enseñanza del Señor Jesús.
Para demostrar que somos verdaderamente hijos de Dios, no serán nuestras palabras las que convencerán a las personas, sino que nuestras actitudes, nuestro carácter, mostrarán si somos verdaderamente hijos de Dios o no.
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