La motivación para cualquier logro, que sea demostrar algo, es diabólica.
¡Lo que somos, somos, no necesitamos demostrarlo!
Naturalmente, se nos anima a mirar al otro como a un adversario.
En esta mentalidad, cualquier logro nos duele y expone nuestra falta de identidad.
En la era en la que vivimos, la envidia debe ser un sentimiento que trabajemos dentro de nosotros.
Y el trabajo no está fuera ni en el otro, está dentro y en nosotros.
¿Cuál es la clave bíblica?
No compito con otros, mi lucha es conmigo mismo, quiero ser mejor cada día.
Y no para demostrárselo a alguien, sino para glorificar el nombre del Señor Jesús.
El simple hecho de querer competir con alguien más, ya te estás menospreciando.
Cuando alguien quiera demostrar que es más grande que tú, acéptalo.
Y la aceptación no es por el hecho de ser o no, sino por el hecho de no estar en esta competición.
Decídete a servir, ¡ésta es la manera de no tener que competir!
Que Dios no permita que hagamos nada para demostrar que somos más grandes.
“considere al otro como más importante que a sí mismo,” Filipenses 2:3
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