Un día, un avaro y una persona envidiosa buscaron un Aladino para pedirle que cumpliera sus deseos.
El Aladino, queriendo enseñarles a ambos una lección, consintió, con la condición de que lo que uno pidiera se le diera al otro por duplicado.
El avaro dijo que quería una habitación llena de oro, cuando la consiguió se sintió amargado al ver que su compañero había ganado el oro redoblado.
El envidioso, al ver lo que había sucedido, luego deseó que uno de sus ojos fuera barrido, de modo que el otro fuera ciego a ambos.
Lamentablemente, la envidia existe en todas partes. Debemos combatirlo a través de nuestra fe.
Sabiendo que tenemos un Dios, que nos guarda y nos protege.
Y como descendientes de Abraham, creemos en la promesa de que los que nos bendigan serán bendecidos y los que nos maldicen serán maldecidos.
Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra. Génesis 12:3
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