En esta vida es común que las personas hagan comparaciones entre una persona y otra e incluso exijan que actúen como lo harían.
Este es un error muy grande.
No podemos exigir u obligar a las personas a que se parezcan a nosotros o que tengan nuestras cualidades.
Se dice que una vez varios animales decidieron fundar una escuela.
Por eso se reunieron y empezaron a elegir los temas.
El pájaro insistió en que hubiera lecciones de vuelo.
La Ardilla pensó que la escalada perpendicular a los árboles era esencial.
El conejo quería que la carrera se incluyera en el plan de estudios de la escuela de todos modos.
Y así se hizo, incluyeron todo, pero ... cometieron un gran error.
Insistieron en que todos los animales tomen todos los cursos ofrecidos.
El conejo estuvo magnífico en carrera, nadie corría como él, pero también querían enseñarle a volar.
Lo pusieron encima de un árbol.
Allí saltó y no dio otro: ¡se rompió las patas!
El conejo no aprendió a volar y aun así terminó sin poder correr.
El pájaro voló como ningún otro, pero cuando se vio obligado a cavar agujeros como un armadillo, se rompió el pico y las alas, entonces ya no pudo volar tan bien ni cavar agujeros.
En sentido figurado, esto muestra lo que a veces sucede en la vida real.
No podemos obligar a las personas a que se parezcan a nosotros o que tengan nuestras cualidades.
Si hacemos esto, los haremos sufrir y, después de todo, puede que ni siquiera sean lo que queríamos que fueran y, lo que es peor, es posible que ni siquiera hagan lo que antes hicieron bien.
Trabajar en equipo y valorar a las personas es, ante todo, respetar las diferencias.
Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Filipenses 2:3-4
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