Dos hermanos que vivían en granjas vecinas, separadas sólo por un arroyo, entraron una vez en conflicto.
Lo que empezó con un pequeño malentendido finalmente explotó en un intercambio de palabras ríspidas, seguidas por semanas de total silencio.
Una mañana, el hermano mayor oyó golpear a su puerta.
Era un carpintero con una caja de herramientas buscando trabajo.
- Tengo trabajo para usted
- dijo el granjero.
- ¿Está viendo aquella hacienda más allá del arroyo?
Es de mi hermano.
Quiero que construya un muro muy alto para que ya no tenga que verlo.
- Entiendo la situación
- dijo el carpintero.
- Haré un trabajo que le dejará satisfecho.
El granjero fue a la ciudad y dejó el carpintero trabajando.
Cuando el granjero retomó, sus ojos no podían creer lo que veían.
¡No había muro!
En su lugar había un puente conectando un lado al otro del arroyo.
Al levantarse los ojos hacia el puente, vio a su hermano acercándose a la otra orilla, corriendo con los brazos abiertos.
Corrieron uno hacia el otro y se abrazaron en medio del puente. Emocionados, vieron al carpintero arreglando sus herramientas para partir.
- ¡No espere!
- dijo el más viejo.
-Quédate con nosotros unos días más.
Tengo muchos otros proyectos para usted.
Y el carpintero respondió:
- Me encantaría quedarme, pero tengo muchos otros puentes para construir.
De esta historia extraemos dos lecciones:
La primera es que podemos ser personas que construyen muros o puentes.
En particular, prefiero construir puentes, pues significan la unión y la conciliación.
Los muros simbolizan la resistencia y el impedimento de mi propio desarrollo.
La segunda lección es que, aun siendo contratados para construir muros, podemos tener una actitud como la del carpintero y construir puentes en vez de fortalezas.
Las personas, en el fondo del corazón, quieren eso de nosotros.
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Mateo 5:9
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