Un carpintero estaba para jubilarse.
Él contó al jefe sus planes de dejar el servicio de carpintería y de construcción de casas para vivir una vida más tranquila con la familia.
Claro que un salario mensual haría falta, pero él deseaba mucho la jubilación.
El dueño de la empresa sintió en saber que perdería uno de sus mejores empleados y le pidió que construyera una última casa como un favor especial.
El carpintero consintió, pero con el tiempo se veía que sus pensamientos y su corazón no estaban en el trabajo.
Él ya no se empeñaba como antes en el servicio y acabó hasta empleando mano de obra y materias primas de calidad inferior.
Una manera lamentable de terminar la carrera.
Cuando el carpintero terminó el trabajo, su ex jefe fue a inspeccionar la casa.
Al final de la visita, entregó la llave de la puerta al carpintero.
- Esta casa es suya
- dijo.
- Mi regalo para ti.
¡Qué choque!
¡Que vergüenza!
Si supiera que estaba construyendo su propia casa, habría hecho todo diferente, no habría sido tan inconsecuente.
Ahora tendría que vivir en una casa hecha con malas ganas.
Así también sucede con nosotros.
A veces, trabajamos de manera distraída, reaccionando más que actuando, deseando colocar siempre menos que nuestro mejor.
Incluso en nuestra relación con Dios.
¿No podríamos hacer más de lo que estamos haciendo?
Recuerde: usted construye su vida.
Usted es el carpintero.
La realización de sus tareas, es decir, la calidad de su trabajo, es que definirá la calidad de vida que usted tendrá.
La mano
negligente empobrece; Mas la mano de los diligentes enriquece. Proverbios 10:4
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