Ya en mi infancia, tuve la suerte de asistir a la vecindad de San Cristóbal con gran frecuencia, la zona norte de Río de Janeiro, que se extiende alrededor de la Quinta de Boa Vista, uno de los mejores lugares de la ciudad y la residencia de la familia imperial en el siglo XIX.
Vecino al Muelle, San Cristóbal es la puerta del Río para el viajero cansado que, provenientes de todas partes de Brasil por tierra, necesariamente se ejecuta la colosal avenida Brasil.
Por su función junto adonde empieza esa avenida, San Cristóbal es, hasta hoy, una mezcla de barrio residencial e industrial, sede de numerosas empresas transportistas cuyos camiones, tienen sus cargas cubierta con lonas, que dejan un color típico a las calles.
Es curioso observar el cuidado con que se cubrí las carga, todo retorcido y nudos que los camioneros hacen con sus cuerdas, hasta que finalmente, después de varias horas; termina la carga perfectamente cubierta y protegida de la lluvia por la lona, cuyo color, es un color caqui (color amarillo mezclado con naranja, con restos de mostaza), trae a la memoria uno de esos Domingos el pan, saliendo del horno de la casa de mi abuela.
Era exactamente el querido barrio de San Cristóbal que trabajaba, Onofre de quien hablaremos.
No era chofer de camión, como la mayoría de la gente que ahí vive; era sí, el vendedor de gafas de sol y relojes, Montaba su tienda en una de las más concurridas aceras de aquel barrio de Río de Janeiro.
Nuestro amigo había sido un conductor de camión antes, pero desafortunadamente tuvo un accidente el antebrazo izquierdo y tuvo que mochar hasta el codo, rompiendo para siempre el placer de conducir su camión a través de este mundo, rompiendo todos los rincones de este inmenso Brasil.
El brazo derecho nada sufrió, sino que era perfecto y muy fuerte.
Acostumbrado al barrio que le había recibido cuando años antes había llegado desde el nordeste de Brasil, Onofre recibió una compensación por el accidente y justo ahí el decidió instalarse en el negocio de vendedor ambulante.
¿No se quejaba de la vida, pues en un barrio de camioneros, relojes y gafas de sol son un gran negocio.
Después de todo, ¿quién de nosotros nunca ha roto un par de anteojos o perdió un reloj? Era natural que por haber dejado la profesión que tanto amaba, dejase un poco de rencor y tristeza en el corazón de aquel hombre, por lo tanto, no era de muchas bromas.
Onofre, era vendedor de relojes modelos antiguos
Vecino al Muelle, San Cristóbal es la puerta del Río para el viajero cansado que, provenientes de todas partes de Brasil por tierra, necesariamente se ejecuta la colosal avenida Brasil.
Por su función junto adonde empieza esa avenida, San Cristóbal es, hasta hoy, una mezcla de barrio residencial e industrial, sede de numerosas empresas transportistas cuyos camiones, tienen sus cargas cubierta con lonas, que dejan un color típico a las calles.
Es curioso observar el cuidado con que se cubrí las carga, todo retorcido y nudos que los camioneros hacen con sus cuerdas, hasta que finalmente, después de varias horas; termina la carga perfectamente cubierta y protegida de la lluvia por la lona, cuyo color, es un color caqui (color amarillo mezclado con naranja, con restos de mostaza), trae a la memoria uno de esos Domingos el pan, saliendo del horno de la casa de mi abuela.
Era exactamente el querido barrio de San Cristóbal que trabajaba, Onofre de quien hablaremos.
No era chofer de camión, como la mayoría de la gente que ahí vive; era sí, el vendedor de gafas de sol y relojes, Montaba su tienda en una de las más concurridas aceras de aquel barrio de Río de Janeiro.
Nuestro amigo había sido un conductor de camión antes, pero desafortunadamente tuvo un accidente el antebrazo izquierdo y tuvo que mochar hasta el codo, rompiendo para siempre el placer de conducir su camión a través de este mundo, rompiendo todos los rincones de este inmenso Brasil.
El brazo derecho nada sufrió, sino que era perfecto y muy fuerte.
Acostumbrado al barrio que le había recibido cuando años antes había llegado desde el nordeste de Brasil, Onofre recibió una compensación por el accidente y justo ahí el decidió instalarse en el negocio de vendedor ambulante.
¿No se quejaba de la vida, pues en un barrio de camioneros, relojes y gafas de sol son un gran negocio.
Después de todo, ¿quién de nosotros nunca ha roto un par de anteojos o perdió un reloj? Era natural que por haber dejado la profesión que tanto amaba, dejase un poco de rencor y tristeza en el corazón de aquel hombre, por lo tanto, no era de muchas bromas.
Onofre, era vendedor de relojes modelos antiguos
- No eran resistente al agua y funcionaban a cuerda, no eran como los de hoy.
- Usaba un reloj muy bonito, exactamente en el brazo que iba solo hasta el codo, o sea el izquierdo.
Era imposible alguien acercarse a su tienda, y no se dar cuenta del hecho.
Por lo general, cuando los clientes se acercaban especialmente los jóvenes en grupos, que tenía ganas de hacer un gran favor al comerciante pobre, y revelaban una desinhibición y la arrogancia que nunca habría hecho, si estuvieran en una tienda de artículos caros finos.
Se quejaban de los modelo, que querían un descuento, decían que el producto no era bueno ... A todos Onofre escuchaba en silencio.
Pero había algo que no podía tolerar.
Cuando algún bromista, tomada por la rápida conclusión, decía: "compañero, que pasa, si Dios le dio un brazo perfecto, ¿por qué lleva puesto el reloj en el malo?"
- Usaba un reloj muy bonito, exactamente en el brazo que iba solo hasta el codo, o sea el izquierdo.
Era imposible alguien acercarse a su tienda, y no se dar cuenta del hecho.
Por lo general, cuando los clientes se acercaban especialmente los jóvenes en grupos, que tenía ganas de hacer un gran favor al comerciante pobre, y revelaban una desinhibición y la arrogancia que nunca habría hecho, si estuvieran en una tienda de artículos caros finos.
Se quejaban de los modelo, que querían un descuento, decían que el producto no era bueno ... A todos Onofre escuchaba en silencio.
Pero había algo que no podía tolerar.
Cuando algún bromista, tomada por la rápida conclusión, decía: "compañero, que pasa, si Dios le dio un brazo perfecto, ¿por qué lleva puesto el reloj en el malo?"
-Era el momento esperado para espantar el molesto y fastidioso joven y la respuesta era "rápida":
- ¿Puedo poner en el otro brazo, pero en el momento de tomar una ducha, arreglar los punteros o dar cuerda al reloj, voy a llamar a tu madre querida que lo haga por mí.
La respuesta fulminaba al avergonzado y humillado cliente, quien le daba una sonrisa amarillenta, y todo el aire de prepotencia venia hacia bajo, después de la reflexión, decía: "¿Ah, sí ... Yo no había pensado ... "
Yo creo que por eso el Señor Jesús nos enseñó, con tanta fuerza, la virtud de la humildad.
Por eso Dios nos dio, dos orejas, dos ojos y solo una boca, nos hacen observar y escuchar más y hablar menos.
Dice la palabra sabia de Dios:
"Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse " Santiago 1:19
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