domingo, 26 de agosto de 2012

El obispo y sus dos hijos

 

 
Hace muchos años, conocí a un obispo muy importante, que tenía dos hijos.
Quería mucho el mas joven y el mayor lo despreciaba.
El obispo era un hombre de gran conocimiento y una gran experiencia.
Sus mensajes fortalecía el corazón, educaba el alma y despertaba la fe.

No es de extrañar que su congregación crecía más que las demás.
Su dirección era muy segura y no había duda de que Dios estaba con él.
Ambos hijos asistían asiduamente los servicios de la iglesia, y ambos se fortalecían en el conocimiento de la Palabra de Dios y el ejemplo de su padre.

Con los años, el mas grande se convirtió se hizo hombre y expresó su deseo de seguir los pasos de su padre, dedicando su vida a ganar las almas perdidas.
Su padre, sin embargo, que amaba el hijo más joven y soñaba en dejar la dirección de su congregación a el, no hacia mucho caso al mas grande, siempre le decía que debía esperar una confirmación de Dios, y que tenia todavía mucho que aprender, antes de tomar una decisión tan importante.

El joven, con un corazón sincero, con el alma ardiente de deseo de predicar el Evangelio, sintiéndose rechazado por su padre, que amaba y admiraba, se vio obligado a abandonar la congregación e ir en busca de los perdidos, sin ningún tipo de apoyo de su padre.

El obispo no se preocupo porque tenía su corazón en su hijo menor.

Este, un joven de buena apariencia y muy inteligente, también creció, y expresó el deseo de seguir los pasos de su padre.
¡El anciano obispo pudo ver así su sueño hecho realidad!
El hijo menor que tanto amaba, pronto le consagro y le dio las tareas más importantes y la autoridad más alta.

Pronto el joven pastor se convirtió en el líder de la iglesia mas grande de la congregación, la catedral y todos los demás deberían obedecer a el.

Al mismo tiempo, el hijo mayor, sin contar con ningún apoyo de su padre, encontraba las más severas adversidades y dificultades.
Siendo un verdadero hombre de Dios, trabajó incansablemente, día tras día, y Dios lo honró y hizo surgir una congregación mucho más grande que la de su padre.

El obispo murió, pero no antes de ver el error que había cometido.
Su hijo menor había recibido la mejor instrucción, pero su padre lo salvó de las dificultades, pruebas y rigores, que forman el carácter del hombre de Dios.

El joven no tenía fuerzas para mantener a la congregación, y toda la gran obra de su padre estaba dividida y debilitada.
Mucho más fuerte, el trabajo del hijo mayor, que su padre lo despreciaba, surgió y creció, llegando a todo el mundo.

El anciano obispo tomó la decisión equivocada, pero Dios hizo la elección correcta.
El desprecio que dio a su hijo mayor resultó ser en la realidad, lo que Dios necesitaba para hacer de el un verdadero obispo.

Sin embargo, el legado de un hombre de Dios no está en los bienes materiales y las facilidades que puedan ofrecer a sus hijos dentro del ministerio.
Si Jesús aprendió la obediencia por lo que padeció, y siendo el Hijo de Dios Altísimo tuvo que pasar por pruebas, persecución, sufrió con la injusticia y salió con la victoria.

Cada uno de nosotros individualmente debemos matar nuestro león día con día y lograr la victoria por medio de nuestra fe en el Señor Jesús.



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